LAS FABULAS DEL ABUELO

Cuando comencé a escribir este compendio de fabulosos relatos pseudo-poéticos, me parecía casi imposible poder llegar a desarrollar más de diez. Sin embargo, conforme fui entrando en el entramado de este género, tan peculiar como atractivo, se me fueron desvelando los secretos del mismo. Hasta conseguir, no sin demasiado esfuerzo, modestia aparte, llegar a completar las que aquí expongo a su consideración. Sin embargo, muy pocos son los que pueden sustraerse a su encanto que, de alguna manera, hace que recordemos la primera vez que, al arroparnos, nuestros padres o nuestros abuelos nos ayudaron, con ellas, a conciliar el fabuloso mundo de nuestros sueños infantiles. De acuerdo con que, salvo ligeras variantes, siempre giran alrededor de los mismos conceptos. Y también con que, al fin, sus moralejas no son más que unas normas de conducta que, lamentablemente, aunque por todos sabidas, no siempre son respetadas ni cumplidas. Con respecto a su autoría, puedo prometer y prometo que, aún no habiendo plagiado ninguna, todas y cada una de ellas son de alguna manera un plagio de las que desarrollaron otros autores, auténticos maestros de este género literario. Muy especialmente, desde que un día un Señor llamado Moisés subiera al Sinaí y recogiera las Tablas de la Ley. Aquellas que, junto con Los Diez Mandamientos, contenían la más bella y sabia de las moralejas, que jamás se hayan escrito: «Amad al prójimo como a vosotros mismos».